Capítulo 1
El Día y la Noche
La Encomienda
La historia comienza donde las trémulas olas golpeaban las paredes del acantilado de Cliff Harbor, cimiento pedregoso del gran castillo que llevaba su nombre. Allí, reinaba Joseph Gregory. Desde siempre los Gregory habían sido apoderados de las tierras del sur, y pronto habría un nuevo monarca. Joseph fue un rey tan frio e insensible como la roca de las paredes, y su mirada tan gris como la eterna nube que cubría su castillo. Pero de su vida se sabe poco, y aún menos de su muerte. En aquellos días Bartolomeo Gregory, su primogénito representaba al rey en la cámara principal. Con él, los señores y caballeros leales a la corona, que brillaba por su ausencia, se encontraban a discutir varios asuntos importantes sobre la moneda, los impuestos y los tratados con reinados aliados. Algún día, el oro opaco, con decoros plateados que giraban en remolinos, estaría sobre la cabeza del príncipe. Pero de quién se trata esta historia no es del rey ni del príncipe, sino de Sr. Arthur, el caballerizo mayor de la cuadrilla real, quien preparaba su viaje junto a Pumpkin, su yegua de pelaje anaranjado. Aquella tarde fue inesperada para el hombre encargado de la caballería real. Minutos antes, un joven había llegado con el urgente comunicado sobre su requerida presencia en la cámara principal del castillo. Como era propio de él, encaró directamente a presentarse ante el príncipe; el caballerizo sabía que el rey había partido varias horas antes en la madrugada, por lo que el único que podría requerirlo era su príncipe. Con inmediata respuesta al llamado, se había presentado ante la guardia que se interponía con la sala donde se llevaría el improvisto encuentro. Varias miradas se dirigieron hacia la entrada cuando una de las puertas de madera se arrastró pesadamente hasta abrirse. El príncipe indicó a todos que tomaran su lugar e inmediatamente le dio lugar al caballerizo para que se acercara al centro de aquella larga sala. Sobre los costados habían varias mesas unidas a lo largo para formar un amplio tablón y detrás, los bancos de madera estaban contados para cada uno de los hombres que estaban allí. El hombre se dirigió con paso firme y con decisión en su mirada, aunque sin mostrar altanería ante su príncipe y próximo rey. Era respetuoso de su lugar y agradecía su vida al rey, a la corona y a los dioses. No hubo mucho protocolo cuando comenzaron a hablar, el príncipe básicamente le había encomendado únicamente a él matar al traidor, un hombre que se había infiltrado en la caballeriza y había logrado escapar antes de ser capturado. El espía era un hombre entrenado para desaparecer con avidez y aunque la información que tenían solo era el nombre, era seguro de que aquel fuera un invento de su actuación. Lo única información valiosa fue que habría de encontrarlo en las afueras del reino de Grassland, y eso estaba lejos. Bartolomeo se levantó de su asiento y con él todos se levantaron al unísono. Encargado lo encargado al caballerizo, todos repitieron en el salón a coro del rey el lema real que todos sabían recitar: - Pido el pastor y pido el lobo, que cuando mis ovejas caminan las mire, cuando mis ovejas corran las calme, pero que cuando escapen las cace. - Al cabo de un momento todos se habían retirado, y los pajes y sirvientas se encargaron de volver el orden al salón. Sobre la misma mañana y sin tiempo que perder, el caballerizo partió con su yegua ensillada junto con algunos bolsones con cosas para el viaje. El galopar de Pumpkin era rápido y su estado físico era único, esas eran las virtudes de ser la yegua del Sr. Arthur. Emprendido el viaje, el hombre apaciguó la marcha de su yegua y revolviendo algunas cosas que llevaba al costado, sacó lo que parecía un mapa; el único elemento que realmente importaba. A medio día pasaría por la bajada del Río Seco y ya llegando a la noche estaría entrando al reino de Grassland. Dio un golpe en el muslo del caballo y marcharon nuevamente a toda prisa.
El Río Seco
Habrían pasado unas pocas horas, el cielo estaba limpio y el viento acompañaba el viaje. El galope de la yegua repetía un eco de cuatro tiempos y un silencio casi orquestal. Pasando por la bajada hacia el río, Pumpking cambió apaciguó la marcha, desviándose hacia el centro del río, donde apenás cruzaba una linea delgada de agua que provenía de las lejanas montañas que asomaban en el horizonte. El caballerizo suspiró molesto por la repentina conducta de su yegua, eso nunca le había ocurrido y pensó que quizás, ella necesitaba hidratarse. Descendió de la montura y mientras estiraba las piernas vio a la distancia el cuerpo descompuesto de un caballo que llevaba puesto la montura distintiva de los jinetes de su cuadrilla.
- Un poco de carroña para los carroñeros, una lastima - Intrigado, avanzaron hasta quedar a unos metros del cadáver, las pesuñas de Pumpkin apenas se empaparon, y el hombre miró detenidamente en busca de alguna pista, pero no había nada que le pareciera relevante. Al otro lado del río comenzaba la pradera, y en poco menos de una hora llegaron a un lago que parecía, no terminaba sino en el otro lado del horizonte. No perdieron mucho más que algunos minutos, el caballerizo quería llegar cuanto antes al reino de Grassland.
Greenteeth
Luego del descanso en el lago, el viaje había sido ininterrumpido hasta que el sol bajó y comenzó a iluminar el frío blanco de la luna. A las afueras, los bajos muros del reino de Grassland eran solo para molestar el paso, no servían de murallas de defensa. Las casas eran enanas, al parecer se construían metro y medio bajo tierra, y eso les ayudaba a resguardarse de las tormentas que llegaban del norte, más al este se levantaba el bosque de Greenteeth. Sobre la el acceso al pueblo, un antiguo arco de enredados tallos partía el camino en dos, además del sendero por el que llegaban a trote menguado. Siendo de noche, la única luz era el reflejo una fría luna azulada. Los ojos del caballerizo no distinguían entre las sombras que pasaban en silencio, siquiera sus pasos crujían más que el chillar de algunos grillos con insomnio. Fue allí que sucedió, el grito de Pumpkin fue un chillar horrible, alarmó varios hombres que inmediatamente se comenzaron a acercar. Sr. Arthur cayó al suelo y la yegua se desplomó de costado sobre él. El animal se retorció y apretó los músculos que le aplicaban un dolor insoportable, haciéndola convulsionar en un ataque desesperado. El caballerizo se arrastró por el suelo, soportando el peso de su yegua logrando escapar sin mucho más que el dolor de una caída. Aturdido por el sorpresivo ataque del animal, Sr. Arthur acudió a ella, tan impresionado como los demás que se acercaban curiosos por lo acontecido. Sobre el muslo izquierdo, el animal tenía incrustado un cuchillo pequeño, pero algo así no podía causarle tanto dolor a la yegua. Suponía. Desde las sombras y por entre los árboles, apareció una voz desconocida para él que pronunciaba: - si te distraes no me atraparás - Lo único que sintió el caballerizo en aquel momento fue una implacable impotencia que lo colmaba internamente, y aunque quiso atender a Pumpkin, sabía que si perdía mucho tiempo estaría desacatando la palabra de su rey. Sr. Arthur masculló una maldición, y se incorporó dispuesto a seguir. Pero antes de dejar de lado a su amiga, perfiló su espada y dio un tajo limpio que dio final a Pumpkin. Con su espada ensangrentada, caminó hacia el infinito oscuro del bosque de donde había escuchado aquella voz, y dejó bajo la fría noche el cuerpo de su amiga fallecida entre la muchedumbre de siluetas desconocidas.