Capítulo 7

La Traición

La Tragedia

Lo que fue después. La mañana luego del viaje de regreso de Sr. Arthur a Cliff Harbor fue sorprendida por un asalto de diez hombres de la guardia que lo detuvieron frente al portón externo que separaba el castillo del pueblo y los bajos barrios que se extendían en campo abierto con tiendas y casuchas de palo. El sobresalto del caballerizo ante su secuestro lo había hecho reaccionar a los empujones, lo que le causó una rápida respuesta de aquellos hombres que lo contenían, aportándole una buena golpiza en la que pudo reconocer la gravedad de la situación, lo patearon en el costado y le partieron la mandíbula con una brutalidad injusta. Por algún motivo no lo reconocían, y aunque les repitió varias veces mientras lo arrastraban quién era y cuál era su nombre, ya no era el caballerizo y pronto descubriría por qué. El gran salón abrió sus puertas desde adentro, un gran y sólido portón con bisagras del acero más tosco que se podía moldear en aquellas piezas pintadas del gris opaco que jugaba con la piedra de las paredes. Solo dos hombres estaban sobre el centro de la habitación, los demás hacían guardia sobre las paredes laterales, detrás de los pilares que se extendían hacia el techo. Sr. Arthur cayó sobre sus rodillas, adolorido por la golpiza que le habían propiciado fuera del castillo, los raspones en su cara lo hacían más temible de lo que era. Desde el fondo del cuarto, tres hombres más aparecieron, dos escoltas y un anciano que a gatas podía seguir la marcha, apresado por dos grilletes del que tiraban los hombres de armadura. De repente, Sr. Arthur se dio cuenta de que quien se acercaba, castigado por la soledad de los calabozos era Aldrich. El viejo apenas si podía alzar el rostro, pero en él no se veía nada más que moretones y siempre permaneció con los ojos cerrados, quizás por el mismo dolor que le causaba abrirlos. Así, el caballerizo reconoció que algo mal había hecho, y había metido al viejo en el problema. Frente a Sr. Arthur estaba el rey, Bartolomeo Gregory, y un joven muchacho que tenía no más que unos años menos que su alteza. Todos fueron presentados, menos el rey. El joven a su derecha se llamaba Peter Hamilton, quien develó la noticia más abrumadora para Arthur Collinwood, como dijo Bartolomeo y quien también dio el nombre de Ardrich. Peter se presentó como el Caballerizo de la cuadrilla real del rey Bartolomeo Gregory, y el rey agregó - El hombre más calificado para el puesto - Acompañando su frase con una sonrisa rebosante de triunfo, como quien gana un trofeo. Prosiguió con las formalidades y comunicó: - Arthur Collinwood, hoy se te juzga por asesinato, deserción y traición a la corona - Las palabras del caballerizo eran impronunciables, la mandíbula le dolía tanto que apenas podía mantenerla cerrada. Entonces Aldrich pronunció - Perdona, nunca fue mi intención, ellos... -

- ¡Calla, vejete! - Le reprochó el rey, - Llevense a Arthur, y dejen libre al viejo - Dio un ademán y desapareció por un pasillo. Lo último que vio Arthur Collinwood fue el rostro de su amigo y en sus ojos el vacío ciego que llevaba. Le habían quitado la vista, pero todavía lloraba y miró mientras los alejaban. Todo acabó cuando el golpe de un palo azotó su cabeza. La oscuridad lo abordó, y el mundo desapareció en los recuerdos de un atardecer cabalgando, haciendo memoria en una celda lejos de todo excepto la soledad y la humedad del subsuelo.

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