Capítulo 2
El Bosque
La Oscuridad
La oscuridad que consumía el bosque atrapaba a los cuerpos inconclusos de los torneados árboles que aparecían frente a la presencia del caballerizo. Por cada paso que daba hacia el desolado y somnoliento arbolado de Greenteeth, la bruma que se arrastraba en el suelo se volvía más y más espesa. Muy por detrás, el cuerpo de su amada compañera yacía envuelta por la muchedumbre de las afueras del reino; parecían vampiros atraídos por la sangre que empapaba el camino de graba. La noche había interrumpido su destino y para su suerte (mala suerte), terminó por desviarse hacia el bosque. Por cuan decidido haya estado en cumplir su misión, se vio inmune ante el sentimiento de furia que le causó la desafortunada pérdida de Pumpkin. Fuera del camino, los viajeros se solían perder. Nadie conocía el extenso bosque, aunque algunos comentaban de artesanos que vivían escondidos en chozas pequeñas; pero nadie sabía si aquello era realmente cierto. Para el caballerizo, introducirse al bosque no le sorteaba ninguna ventaja, y mientras más adentro iba, la bruma ascendía lentamente desvaneciendo toda silueta reconocible a la corta distancia. Llegó al único páramo que se abría entre tanta tupida vegetación. Observó el enorme circulo que dejaba entrar la luz de la luna, y miró el profundo vacío que seguía más allá de los árboles que lo rodeaba. Con un pinchazo al suelo, logró quitar toda la sangre que estaba empezando a secarse sobre la superficie de la hoja, luego la recorrió con la manga y terminó por inspeccionar su brillo ante el frio azul del reflejo nocturno. Al momento en que bajó el brazo, una única e infinita nube se robó todo ápice de brillo que provenía el cielo. De allí en adelante, Sr. Arthur debería de apañárselas a oído y tacto, pues la luz no lo acompañaría durante un largo rato. El tufo impregnado de humedad en el forraje y algunas setas transpiradas por el aire caliente que había dejado la tarde sofocaban la respiración del caballerizo que se agitaba entretanto secaba algunas gotas de sudor de su frente. El silencio era el calmo sonido del viento que recorría cada pasto sobre el suelo, sumado al endeble silbido que llegaba desde lejos. Nada más que se hiciera notar, lo que era extraño para un bosque. Atento a lo que pudiera suceder, Sr. Arthur esperaba con su mano sobre el mango de su arma enfundada. Por lo que había notado antes de entrar al oscuro pasadizo de naturaleza silvestre, solo se erguían largos pinos de donde sus perennes cargaban piñas esféricas bastante maduras; casi secas había llegado a distinguir, por las que estaban caídas en el suelo. El viento sobre las copas de los pinos era siempre más fuerte, pero bajo de ellas apenas si corría una gota de aire. Por cada pisada que daba, junto con el chirrido de sus botas aparecía un eco molesto, como si alguien lo estuviera siguiendo por detrás, y que el caballerizo haya pisado cerca del tronco de un pino, habiendo hecho crujir alguna piña caída, puso sus sentidos a tal punto de alerta, que perfilaba a empuñar su espada y recortar lo que fuera. Su tranquilidad no duró mucho más y así fue que con la espada en mano, el caballerizo dio media vuelta y perfiló un tajo a la oscuridad. La hoja de acero perforó el cuerpo duro de una rama que se desplomó de un golpe con gran velocidad. El tronco, que doblaba el grueso del brazo de un herrero, cayó sobre el hombro de Sr. Arthur afligiendo un fuerte dolor que lo hizo vociferar blasfemias, a quien sabe qué demonio, y que calló rápidamente para no delatar su posición. Se resintió en silencio y acalló astutamente luego de un suspiro de enojo. Con el hombro deshecho, el caballerizo se adelantó sigilosamente varios metros hasta que el rozar de unos pasos sobre el suelo traicionaron el ataque de quien fuera esa noche, el enemigo de Sr. Arthur. El misterioso hombre azotó con un golpe a la cara del caballerizo haciéndolo tambalear y con una daga le perforó el costado antes de alejarse por las sombras. El caballerizo le hizo saber que tan rabiado estaba con un grito violento y mil maldiciones a su madre. Aquello fue un instante de descuido y le bastó para sentirse un incrédulo, nunca lo notó, por más atento que había estado todo el camino. Sr. Arthur cayó sobre sus rodillas y quitó la daga antes de que el misterioso hombre apareciera nuevamente. Al parecer, este hombre tiene cierta afinidad con los cuchillos y las dagas. Este angosto lugar le da la ventaja ante mi espada larga. Pensó el caballerizo entre el dolor que cargaba encima.
- Luces desanimado, ¿O te ha afectado la vejez? - Las sombras repetían aquella misteriosa voz que viajaba en la tranquilidad del bosque.
- ¿Quién eres?, deja de esconderte y pelea como lo haría cualquier hombre - Con el hombro deshecho, Sr. Arthur vio conveniente disuadir a su atacante con algunas provocaciones.
- ¿Crees que me gustaría enfrentarme a ti, el gran caballerizo real Arthur Collingwood?, no soy tan idiota. -
Aunque los rostros no estaban presentes entre tanta sombra, el caballerizo apretó los dientes furioso y prefirió nunca haber llegado de noche. Pero supo que era irrelevante pensar en otra situación que no sea la que estaba sufriendo en ese momento.
- ¡Eres un cobarde!, si tuvieras un poco de honor podría perdonarte la vida cuando te desarme -
- Hablas mucho y haces poco. ¿Quieres un combate?, si llegas vivo al cementerio de Grassland te daré la pelea que buscas. Pero apurate, o el veneno en tu herida hará mi trabajo - Las carcajadas maniáticas se esfumaron mientras el traidor se alejaba. La suerte del caballerizo parecía caerse a pedazos. Haber logrado un combate uno a uno no le significaba nada si tenía que volver a Grassland con una herida de gravedad que supuraba veneno. ¿Y hacia donde quedaba Grassland?, ciertamente entre la oscuridad parecía imposible darse cuenta si ir hacia adelante, significaba dirigirse al norte o a qué otra dirección.