Capítulo 5

El Cementerio

Un Presente

El calor sofocaba el aire bajo el manto del bosque haciéndolo transpirar como una sufrida campaña circense en los números de verano. Para el potrillo adulto Shadow, como Sr. Arthur lo había bautizado, cargar con el caballerizo y sus pertenencias en un día tan acalorado lo tenía a mal llevar. Los cabezazos y las bufadas que repetía en el agotamiento de un lento y tortuoso caminar también cansaron a su jinete. Dejando la montura y al animal atado en el tronco de un árbol a la cálida sombra de la media tarde. Sr. Arthur sabía que no estaba lejos de donde fue sorpresivamente atacado aquella noche de plena oscuridad y que con acierto el golpe le había causado una herida de gravedad cual pudo retrasarlo lo suficiente para que su atacante desapareciera para siempre del pueblo de Grassland. Revisando a su alrededor, el caballerizo reconoció algunas pisadas y observó los recortes y tajos hechos por la hoja de su propia espada sobre el suelo, algunos zarpazos en las cortezas y en las ramas de los árboles. La estrechez del lugar lo había desfavorecido en el uso de un arma de rango medio-largo, mientras que su enemigo logró hacerse del terreno manejando aquellas dagas envenenadas que lo habían lastimado. Pensó en la oscuridad de aquella noche, una variable desprovista por los dos, aun así resultando ser el perdedor en el campo de batalla. Prefería olvidar, bochornoso evento desafortunado, así lo categorizó. Sin mucho más que ver entre los árboles del bosque de Greentheeth, Sr. Arthur montó al potro que había estado reposado en el reparo de la sombra.

  • Al cementerio -Pronunció y entretanto sacudió las riendas y dio un golpe al muslo de Shadow. Entonces perfilaron hacia el camino que bordeaba el bosque. El pueblo de Grassland quedaba detrás del bosque de Greentheeth rodeado por su manto de verdes pinos y abetos hasta el cementerio de Oldbone a diez minutos a paso de hombre, desde GrassLand. Bifurcando el pasaje que se formaba bajo el arco floral sobre el acceso al pueblo, una señalización flechada indicaba hacia el este y en sentido contrario hacia el oeste, con los nombres del viejo cementerio de Oldbone y Bluerock respectivamente. Cuando hubieron llegado al lúgubre cementerio tras rodear el bosque, Sr. Arthur calmó el trote de su caballo de un tirón, forzando a Shadow a apaciguar el despatarro que tanto molestaba al caballerizo. El inexperto potro nunca había acostumbrado a ser montado con las expectativas que llevaba su jinete, Sr. Arthur nunca podría olvidar cuán bien entrenada estaba su vieja amiga Pumpking, y ningún otro caballo podría alguna vez, reemplazarla. Shadow plantó sus pezuñas a poco más de seis metros de la pobre casucha del sereno dentro del cementerio. Por más que el caballerizo intentara tirar de las riendas el animal se negaba a seguir avanzando y en cuanto bajó de la montura, el potro salió espantado hacia el portal que abría hacia el camino de regreso. Sin más que seguir avanzando, Sr. Arthur caminó con brusquedad repitiéndose asimismo- Maldito potro cobarde, traidor, nunca debí traerte. La pequeña casa del sereno era poco más que la puerta y una ventana, las cuatro paredes y un techo destruido por alguna tormenta que lo ladeó hacia la derecha. Bastante a tono del penumbroso lugar y junto a ella, un árbol pelado, viejo y seco, de ramas con las puntas como garras y raíces emergidas del suelo que asomaban y se hundían nuevamente, solo para estorbar el paso y causar terror. Y funcionaba mejor que cualquier can que haga de guarda. El caballerizo asomó por la ventana pero no podía ver nada entre la oscuridad del interior y prefirió tocar la puerta con el puño firme.
  • ¡Sereno! -Gritó el caballerizo y se corrió varios pasos hacia atrás casi tropezando con una raíz juguetona que le rozó el talón.- Maldito pedazo de madera -El cementerio había alterado el humor de Sr. Arthur, y para mal. La puerta se abrió hacia adentro quedando a la mitad del camino y un hombre delgado pasó de costado entre la abertura y la puerta deshecha que tocaba las tablas de madera que hacían del suelo. Con un poco de pelo en la cabeza y rulos que parecían haber sido sacudidos por un temporal, una barba de algunos meses y unas ropas viejas manchadas de la tierra negra del lugar, una nariz pequeña y sus ojos también, pero ocultos en los orificios oculares más cadavéricos que se pudiera imaginar. La languidez de su rostro y la palidez de la piel parecían haber sido producto de una vida en el cementerio y el acostumbramiento a ver cuerpos fallecidos, fríos y ciegos, todo eso que lo contagió. El hombre no pronunció ni una sola palabra, ni siquiera hizo alguna mueca que diera señal de interés sobre la visita del caballerizo al cementerio. Bajó el deformado escalón mohoso y perfiló con un paso enclenque y avejentado.
  • Buen hombre, ¿Qué anda necesitando? - El vejete rayaba las palabras con un siseo viperino, como lo hace una serpiente. El caballerizo no se dio con vueltas al explicarle que buscaba algún indicio de un hombre que haya aparecido allí los días anteriores, alguien sospechoso, que se haya quedado dentro del cementerio durante la tarde o quizás durante la noche.
  • ¿Algo que haya notado? - Volvió a preguntarle. El sereno le dedicó un ademán para que lo siguiera hasta la vuelta al árbol marchito. Allí yacía una lápida de piedra que se desgranaba con el mismo viento que la rozaba. Bajo ella la tierra había sido removida hacía poco.
  • Hubieron dos personas esta semana, mi hermano y un hombre delgado que trajo un cajón sobre una mula bastante reforzada, diría que bien comida - Le dijo mientras le indicaba la tumba. - Aquí enterró el cajón. - y se movió dandole lugar a Sr. Arthurr que había quedado atónito al leer el nombre inscripto en la piedra. En el centro de la lápida estaba su nombre “Arthur Collinwood”, pero nada más que ello.
  • Pobre desdichado, el hombre que lo trajo estaba destruido por dentro. - El anciano agregó sintiendo algo de lástima, aunque en su cara poco más que la cara de un muerto.
  • ¿No le dijo cómo se llamaba? - Le preguntó el caballerizo, pero el sereno no recordaba haber hablado con el hombre, el solo había hecho lo de siempre. - Disculpa que no pueda ayudarte - Se empeñó a esbozar una sonrisa que se esfumó poco después de descubrir el último diente que le bailaba sobre la encía superior.
  • Dudo que el muerto cargue con mi nombre, deme una pala - El caballerizo extendió la mano esperando que el sereno le prestara la herramienta, y no dio muchas vueltas para otorgarsela. Tomó del mango y la clavó hasta que la cabeza quedara enterrada por completo, pisó con firmeza sobre el borde que sobresalía y tiró haciendo palanca sacando tierra negra hacia el costado. Tras unas paladas, el cajón que estaba enterrado salió a la luz.
  • Entonces… si usted está vivo, ¿Quién se supone que está en ese cajón? - Decía el anciano tomandose de la barbilla. Sr. Arthur tomó del cajón y supo notar que tenía huesos, y eso lo sorprendió bastante.
  • Tén, ábrelo -Le indicó el caballerizo mientras sacaba a la superficie aquel cajón que pesaba como si llevara un elefante dentro. Para cuando el caballerizo miró dentro del cajón, vio huesos, pero eran muy grandes para ser de una persona.
  • ¿Son huesos de algún animal?, ¿acaso enterró a su caballo? -Se cuestionaba el sereno. Entre los restos había una nota, pequeña y húmeda. Revolvió los huesos para ver si había algo más pero era solo eso.

Caballerizo, te he dejado un presente. Sí, esos son los huesos de tu amada yegua. Te esperé todo el día frente al cementerio, pero nunca llegaste. Tenía fe en que encontrarías ésta nota. Si me quieres buscar, estaré partiendo hacia la frontera en dos días, a media noche. Aquel momento fue lo que se llama tocar fondo, y duró entre tanto cerró el cajón y volvió para gritar el nombre de su amada yegua, hasta salir de ese lúgubre circo de cadáveres enterrados. Y todo volvió a callar, el cajón cajón a la tierra negra y el viejo se despidió, pero antes de irse pidió por la paz del alma del animal. Fue una vuelta larga, el paso de Shadow seguía el ánimo con que cargaba el caballerizo, y las nubes llegaron a llover. Todo lo que dió y seguía dando por este desconocido. Llegando al arco floral, donde el camino se dividía sobre la entrada a Grassland, detuvo el paso y dio algunos giros. La frontera no estaba más lejos de lo que tardó en ir al cementerio, los colores verdes de la pradera cambiaban a la distancia. Más allá del límite del camino estaban las montañas, los picos de Grayskys. Si pasaba al otro lado, ya no sería más el caballerizo, más bien sería nadie o un intruso a las tierras enemigas. Era tiempo de entregar todo, pero esta vez, juró, su espada abriría un hueco en el pecho del hombre que tanto buscaba.

results matching ""

    No results matching ""