Capítulo 6

La Oportunidad

El Último Día

Bajando la noche, el relinchar de Shadow y el apurado galopar que sacudía el polvo del suelo, como una sombra entre las sombras, el potro avanzaba a todo lo que podía por el camino hacia el final del camino, a la frontera bajo las montañas. Las riendas apretaban con fuerza y el caballerizo agachaba su cuerpo siguiendo el contorno del cuello del animal. Ya no llevaban más todas aquellas bolsas y molestias con las que cargaron durante la tarde. El caballerizo tampoco se molestó por dejarlas al resguardo para cuando regresara, porque estaba decidido a abandonar todo por terminar su tarea. Y esa noche, la luna brilló poco, no era llena ni plena, apenas un borde que dibujaba una medialuna a poco de desaparecer. Las nubes no aparecieron, solo las estrellas que pintaban desde lo lejos, como diminutas luciérnagas amarillas. El potro había entendido cuán decidido estaba Sr. Arthur y en sus ojos se compartía el deseo de llegar a tiempo, antes de que el traidor escapase. Las montañas, que más temprano le habían parecido lejanas aunque inmensas, ahora se erguían más y más cerca, igual de grandes y cada vez más. A un costado el bosque desaparecía lentamente, los árboles se volvían más esporádicos, y mucho más pelados. Las ramas eran cortas y en ellas siempre había algún pájaro, revisando desde lo alto en busca de posibles presas, aunque pocos roedores solían vivir por allí. El viento comenzaba a volverse frío, la correntada provenía de las altas cumbres y en cuanto bajaban al monte, la arenilla que se levantaba cegaba al caballerizo y al caballo. Entonces llegaron, en un veloz galope, más rápido que la lluvia que cubrió el pueblo a sus espaldas y también, rogó Sr. Arthur al bajar del lomo de Shadow: - espero haber llegado a tiempo - Dió una palmada en el muslo del potro y este se dio la vuelta y marchó por entre el monte, escondiéndose tras las sombras de un árbol viejo y caído. La noche estaba limpia, y la tormenta resonaba a la lejanía a su espalda. El caballerizo caminó, mirando todo lo que ocurría, cada uno de los pastos, cada una de las sombras, todo.

  • Otra vez de noche - Se reprochaba a sí mismo. Sin embargo, el campo era un lugar ámplio, ligero para poder manejar su espada. Aún así traía consigo varios cuchillos y bajo su chaleco una malla que le protegería el costado y el pecho. Todo estaba muy tranquilo, los pasos del caballerizo eran insonoros, primero el talón y luego la planta, y siempre ojeaba cada lugar. Había reconocido cada rincón y analizado cada posible escondite, algunos árboles, otros arbustos, el terreno era muy llano bajo las montañas y no había ninguna cabaña y ningún animal. A varios metros sobre el camino, apareció una mula, cargada con varias bolsas y a pasos detrás una figura delgada cargada con un poncho blanco como la nieve, aunque bastante ligero notó, sus pies solo calzaban unas sandalias. El hombre se detuvo bajo un pino recostandose sobre él, y con su mula parada a un costado. Sr. Arthur no estaba seguro de que aquel hombre fuera a quien estaba buscando, sin embargo no dejaría que lo venciera la incertidumbre. Tomó del mango de su espada y se acercó sin más aviso que la sorpresa.
  • ¡Hombre!, ¿Qué haces allí sentado? - Dijo el caballerizo mientras se acercaba cubierto de la misma oscuridad que provocaba la noche, nunca mostró su rostro mientras se aproximaba.
  • ¿Quién pregunta? - Respondió entre tanto un búho chillaba.
  • Es de mala educación re preguntar una pregunta - Apuntó Sr. Arthur y tomaba con más fuerza el mango de su espada.
  • Es de mala educación acercarse a alguien empuñando un arma -
  • Tengo mis razones, ahora, dime cómo te llamas y qué haces aquí -Se detuvo y sacó lentamente su arma. - Si no eres a quien busco, guardaré mi espada, de lo contrario… - El hombre se paró y se acercó al caballerizo. - De lo contrario, ¿Qué? - Dijo y posó su hombro bajo el filo del arma. Fue suficiente para colmar la paciencia al caballerizo, le dió un zapatazo en el tórax haciendo caer al hombre al suelo con una increíble brutalidad. Entonces acercó la punta de su espada a la garganta del hombre y allí vio su rostro. Era joven, de unos veinticinco años o menos, con algunas cicatrices en el perfil izquierdo. De cabello oscuro aunque con algunos plateados y muy desastroso.
  • Te daré una última oportunidad, ¿Cómo te llamas y qué haces aquí? - Primero se escuchó cómo tragó saliva, y luego le pidió que corriera el arma, que él le contaría todo.
  • Mi nombre es Thomas D.Lewis, soy un simple mercader, y espero a un comerciante que me compra a estas horas. Él vive del otro lado, en el reino vecino. Disculpa mi falta de respeto, es que a veces aparecen ladrones - El caballerizo retrocedió y enfundó su espada.
  • ¿Y siempre pones tu cuello sobre el filo de una espada?, ¿Eres idiota? - Lo sermoneaba con rudeza. - Te recomiendo que desaparezcas, estoy esperando a alguien peligroso - El joven se disculpó y se echó hacia atrás. Sr. Arthur dio media vuelta y siguió patrullando atento a cada gramilla que se movía con el viento. Los pasos apurados detrás de su espalda lo hizo girar sacando su espada tan rápido como un rayo. Un zarpazo lo separó del peligro. La burlona risa que se transformó en una carcajada despiadada le puso la piel de gallina.
  • Te creíste el cuento - Le dijo el joven que ahora cargaba con un par de dagas, una en cada mano. - Aunque, me sorprendiste. No esperaba que llegaras antes que yo - El caballerizo apretó los dientes y perfiló su espada, decidido a terminar lo antes posible.
  • ¿Por qué esa mirada? - Le volvió a hablar - ¿Acaso tienes algún problema? -
  • No perdamos el tiempo. Esta noche vas a morir, ya te regalé varios días - Le aseguró su intención al joven Thomas. Sr Arthur comenzó a caminar con la empuñadura firme, preparada para abrirle el cuerpo en dos. El asalto comenzó con el embate de la espada de Sr. Arthur y continuó con una ida y venida de ataques rápidos y consecutivos. Entre el golpe de los metales y los filos que repicaban, el joven se alejó en un brinco hacia atrás. Entonces sacó desde lo escondido de su poncho una espada corta, pero mucho más fuerte que sus dagas y quitó su pesada prenda de encima. Los dos corrieron uno hacia el otro y azotaron con el filo de sus espadas. El joven resintió el corte en uno de sus brazos a la altura del bicep, pero no se descuidó y retrocedió rápidamente. Eso no desanimó al caballerizo y se le adelantó y levantó su espada desde lo bajo del suelo con una impresionante fuerza que terminó por destrozarle el brazo al joven y con una patada en la rodilla lo hizo caer envuelto en polvo y sangre que brotaba en un color oscuro mezclado con escarlata. Sr. Arthur no contuvo su ira y clavó toda la punta de su espada en el otro hombro del joven, pasando por toda la articulación y desgarrandola de un tirón.
  • Ahora sos inofensivo - Le dijo el caballerizo esbozando una sonrisa que había tenido escondida y había olvidado cuán bien se sentía, como se aflojaba su cuerpo y se relajaba. - Es una lastima, perder a un hombre tan bueno. ¿Dirás algo antes de morir? - Pero solo recibió un escupitajo envuelto en sangre y la orgullosa mirada que le aceleró la muerte.
  • Idiota - Habló el caballerizo por última vez aquella noche, y así acabó con la vida del joven Thomas D. Lewis. Al llamado de un chiflido, el potro Shadow apareció por entre las sombras como un espectro oscuro con los ojos brillantes en plateado. La luna iluminaba un poco menos que hacía unas horas y sobre el horizonte la claridad de un sol nuevo que se acercaba poco a poco. Sr. Arthur enterró el cuerpo y desapareció con su caballo antes del primer rayo de sol. El camino de regreso estaba embarrado por la lluvia de la noche que había pasado sobre Grassland. El chirrido de los pájaros que sobrevolaban el bosque y la el lento tap de las herraduras de Shadow, hacían un ambiente despreocupado, ligero y ameno. Bastante campestre. El caballerizo tiró de las riendas poco antes de llegar al arco floral de Grassland y perfilaron hacia el sur, a Cliff Harbor. Sr. Arthur ansiaba llegar antes de la noche, quería descansar y a primera hora del siguiente día iría a donde su rey a informarle sobre su viaje. Pero Shadow no pudo aguantar el ritmo y descansaron en el bajo cerca del río. Y aquella noche durmieron como hacía días no habían hecho.

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